Carlos M. Reymundo Roberts
A estas alturas ya no tiene sentido la comparación, pero esta vez resulta difícil no hacerla porque los dos episodios ocurrieron el mismo día.
En Brasil, el seleccionado de fútbol acababa de conquistar el tercer puesto en la Copa América tras derrotar a Chile, y Messi, su capitán, no fue a la entrega de medallas del equipo porque no quería ser «parte de la corrupción» de la Conmebol.
Durante el partido había sido injustamente expulsado. Algunos de sus compañeros se sacaron las medallas inmediatamente después de haberlas recibido, algo que se ha convertido en costumbre. Como si no obtener el premio mayor supusiera una deshonra.
Horas antes, en Christchurch, Nueva Zelanda, la franquicia argentina Jaguares perdió la final del Súper Rugby ante Crusaders.
En la premiación, Crusaders aplaudió a Jaguares, y después los Jaguares se quedaron junto al podio y aplaudieron a Crusaders cuando recibió el trofeo de campeón. Ningún jugador argentino se fue antes ni se descolgó la medalla.
Otra vez: en el país ya no es sorpresa esa distancia entre la desmesura del fútbol, aun en el triunfo, y la templanza del rugby, también en la derrota. Pero el destino quiso que todo pasara el mismo día y entonces el contraste fue brutal.